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Poligrafía Binaria

Arte Digital: opción y continuidad de un sueño controlado

José Manuel Cuenca Mendoza

Nada podría ser más emotivo para mí que esta celebración académica a la que habéis acudido para oficiar un acto de generosa amistad más que de estricto protocolo. Durante toda mi carrera profesional he tenido algunos éxitos cuya pequeñez me consta: diversos premios, exposiciones nacionales e internacionales, algunas de ellas de cierta notoriedad y ocho o nueve aciertos entre todas mis etapas, incluida la Medalla de Oro que en un certamen nacional me impuso cierto ministro en el Salón del Tinell de Barcelona hace ya bastantes años.

Con la única excepción de mi ingreso en la Academia Internacional de Arte Moderno de Roma en la primavera de 1997, nunca tuve acceso a ningún otro título o dignidad académica. Entiendo, pues, que este acercamiento a mi obra por parte de la Academia de mi ciudad lo es a toda mi trayectoria, lo que me llena de responsabilidad, de orgullo y de una emoción que estoy compartiendo especialmente con mi madre, de 91 años, presente en este acto.

Es paradójico que yo, un autodidacta convencido y confeso, esté hoy aquí en un acto de honor y de alegría, para ser recibido en el seno de esta Corporación tan custodia de la belleza. Pero considero esta distinción como una inyección de cariño, como una proclamación de lealtad a mi oficio que recordaré durante el resto de mi vida. Acepto y asumo esta recompensa, como acepto y asumo todos mis aciertos y desaciertos y todos los tropiezos padecidos en el ejercicio de mi ocupación.

Mis sentimientos están empañados porque no está en la sala el pintor Virgilio Galán Román, amigo, compañero y académico ilustre, a quien relevo en su puesto y su sillón. Por eso conviven en mí la ilusión y la tristeza en paralelo. Como justo homenaje, procuraré de por vida no desmerecer de su legado y estar a la altura de sus trabajos artísticos y de su sensibilidad. En todo caso, si no lo consigo, siempre nos quedarán su obra y su recuerdo.

Estoy convencido de que existen muchas otras personas en nuestra ciudad y en nuestra provincia que pueden aportar bastantes más méritos de los que habéis visto en mí, pero si esta Institución me ha abierto sus puertas debo llegarme hasta ellas solícito y con emoción no disimulada para responder y agradecer ese honor en la corta medida que alcancen mis posibilidades.

Os decía que me siento lleno de alegría, confundido y nervioso. Alegría porque veo en este recinto muchas caras amigas que sé que están gozando conmigo este momento. Confundido y nervioso porque no estoy seguro de poder dar la talla intelectual que el momento exige. En cualquiera de los dos casos, sé que este momento encaja con el instante de orgullo que todos aspiramos a alcanzar alguna vez.

Antes de entrar en el tema elegido para este discurso quiero agradecer a todos y a cada uno de mis compañeros el entusiasmo demostrado hacia mi persona en todo el proceso de propuesta, presentación de candidatura, votación y resultado final. De manera muy especial quiero hacer llegar mi deuda de amistad y mi admiración a don Alfonso Canales, poeta que siempre creyó en mí (recuerdo su artículo premonitorio: "Bornoy avisa" en "Sur", el año 1973). Vaya también mi gratitud para mis tres proponentes: María Victoria Atencia, por nuestro cariño recíproco, estoy seguro, contestará a esta recepción pública con la fluidez y calidad literaria que avalan su trayectoria cultural; Manuel Alcántara, poeta, amigo y estratega fiel, empeñado en que yo me encuentre hoy en este estrado, y Rodrigo Vivar, compañero de dedicación y que me antecede con mayores méritos en la "Sección de Pintura". Sin olvidar a la docta Rosario Camacho, admirable de ciencia y sensibilidad; a mis queridos Julián Sesmero, Manuel del Campo, Francisco Torres Matas, Jaime Pimentel y Suso de Marco, que me ilusionaron con este ingreso en la Academia y que han trabajado a la sombra de su discreción haciendo posible este momento tan entrañable.

Lo que constituye el objeto de mi disertación es el mecanismo de creación del arte digital, que ocupa desde hace cinco años la parte más reciente de mi actividad artística. Me gustaría que esta Academia asumiese el tema que propongo, como un guiño y luego un compromiso de atender a las nuevas tendencias del arte, que se implican en la modernidad, como algo posible y vivo que nace día a día de la fantasía emboscada del ordenador y la sensibilidad del creativo. Esta estética que puede parecer efímera porque brota, se materializa y extingue con la misma facilidad que nace "y muere", en un instante, un insecto o la efímera flor de un cacto que puede estar envuelta de espinos y escocernos con su pinchazo, pero que, también, puede embriagar nuestros sentidos de belleza y perfección..

He querido titular este discurso de mi recepción en la Academia, "Arte digital: opción y continuidad de un sueño controlado", porque estoy convencido de que es eso exactamente: una opción de sueño que podemos dominar. No es la única posibilidad del futuro del arte; tampoco una añagaza y, desde luego, nunca la única posibilidad que me justifique como esteta, afecto siempre al cultivo de las artes y de las humanidades.

El arte digital no viene a paliar o a llenar algún hueco dejado en la historia del arte. Sólo es la continuidad lógica o una evolución que se produce porque el artista se rodea de los elementos y útiles necesarios para dotarlos de naturaleza digital. Las imbricadas entrañas de la computadora con sus micro-inyectores, pequeños circuitos integrados y chips de última generación, suplen temporalmente al pincel, lápiz, lienzo, espátula, aguarrás, cartabón, tiralíneas o los pigmentos tradicionales, pero no es la panacea que venga a rescatar al arte de su ostracismo perpetrado. Ya nos llegarán otras técnicas y otras vanguardias que dejen obsoletas éstas que muestro hoy como un acontecimiento insustituible de novedad y vehemencia.

Desde la más remota antigüedad, el artista ha necesitado descubrir nuevos elementos, texturas o herramientas que pudieran ayudarle a transferir sus ideas y realizaciones. Las facultades creativas del hombre se adentraron siempre en las más recónditas emociones para hacer al arte más libre o accesible a los sentidos. Arte que hoy puede ser pasión, mañana ceniza y pasado mañana, posiblemente, sólo sea recado de unos pocos a otros pocos, olvido o viento.

Partiendo de una base mecánica dediqué muchas horas y empeño a adentrarme en ese camino, inexplorado hasta entonces por mí, del arte digital. Necesité pausas y silencios para entender el manejo del ordenador. El tiempo necesario para generar nuevas percepciones, hacer coherentes las imágenes y exponerlas sin temor. Le eché coraje, investigación y algo de precisión técnica. Tuve que aguzar los sentidos hasta conseguir su implicación poética y el alumbramiento deseado.
No obstante, os pido perdón por redactar en primera persona las palabras que siguen. Sé que se me perdonará porque todos sabéis que el arte y la creación siempre se atienden en la intimidad más estrecha. Y, sin más preámbulo, me adentro en el motivo central de este discurso.

Cierta mañana me levanté entusiasmado. Me acordaba del otoño de 1985, cuando, de repente, otra mañana plena de armonías y visiones me trajo la posibilidad, hasta entonces inalcanzada, de ver y entender el arte desde otra perspectiva: sin retórica de autocomplacencia ni falsas expectativas.

Días después todas mis inquietudes y pesquisas se inclinaron hacia una atmósfera de ambigüedad exaltadamente controlada, unida al sueño del ciberespacio. Deambulé por las quimeras del orden y el desorden. Busqué en el azar y, en la lógica del arte, administré los nuevos conceptos estéticos y las herramientas con diferentes opciones finales. Dejé en la cuneta un incipiente surrealismo que nunca llegó a cuajar. Hice nuevos apuntes y bocetos con tendencia a la prospección en el mundo del diseño asistido por ordenador. Quise seguir indagando hasta llegar a identificarme con el diccionario de ese nuevo lenguaje con aparentes elementos ajenos al artista. Me atosigué de tantos libros y artículos que hablaban del tema digital. Adapté el gusto a la asignatura pendiente de conseguir la fusión de la imagen tal y como sale del escáner y la desintegración de la misma a través de un proceso de ampliación una y mil veces repetidos. Encajé las piezas del rompecabezas del ordenador con mi todavía incipiente conocimiento del nuevo medio de expresión. Me armé de valor y me metí de lleno en esa aventura de rellenar inmaculados blancos con la ilustración moderna de una pantalla de ordenador, como única alternativa o camino de salvación hacia la innovación buscada.

Poco a poco, la indagación y el circundante mundo de mi mundo se convirtieron en pura invención, en certidumbre tomada desde la fantasía y la realidad del sueño. Testimonio de ese hallazgo fue la toma de conciencia de que mi mundo y el mundo exterior eran un mismo mundo, una misma realidad que yo empezaba a abrazar con apasionamiento: ilusión única, presen-timiento y vehículo a través del cual podía expresarme con reflexión sensorial y mucho ánimo para seguir inventándome códigos, registros, finísimas vírgulas, guarismos cromáticos y reglas de diferente naturaleza digital.

Fue entonces cuando vinieron a mi memoria las palabras de Baudelaire: "Lo creado por el espíritu es más vivo que la materia". Esa afirmación que reconoce que la materia puede pasar a un segundo plano de la realidad, dio la respuesta a años de estéril búsqueda apartada del lenguaje idóneo y de las moti-vaciones precisas o adecuadas para seguir conectado al arte y avanzar en mi nueva orientación estética.
Como contrapeso y eje central de la obra, me puse a buscar nuevas formas de expresión, nuevos temas, nuevas líneas, nuevas tramas, fondos y texturas. Trabajé sin recursos prácticos, compul-sivamente, sin pararme en el azar de unas imágenes de fácil lectura, con la tensión instalada en el rápido engranaje sinfín de la máquina. Mantuve un larguísimo diálogo, no un monólogo, entre lo creado libremente y la metodología mensurable de la computadora.

Los conocimientos que las anteriores etapas dejaron en mí se reinventaron en una pléyade de figuras difuminadas y magnéticas, o en visiones de iluminadas técnicas enriquecidas por la química del pigmento pixelado y aglutinado por un sutil medio digital. Esa fuerza amante de la investigación fue el motor-guía o la semilla del cambio, impulsada por la filosofía parsimoniosa de la técnica y la imaginación.
Descubrir la excitación del mundo utópico y artificial de la informática aplicada al arte y sacar provecho de las contradic-ciones o emplear dichas contradicciones como metáforas tecno-lógicas, ése fue el estímulo que esperaba. Empecé a construir visionarios nodos esclavos de un sistema lleno de órdenes y códigos secretos. Inventé nuevos valores y nuevos cálculos de creación rápida y razonable con complicados intersticios que, a veces, sustituyen nuestra voluntad y la convierten en información tácita, en pequeños segmentos cromáticos sostenidos por una deshilachada y finísima línea conductora.

En este nuevo medio informático encontré el misterio y la presencia del arte en toda su extensión, descubrí que el hardware es el conjunto de los componentes de un ordenador y el software son programas, y que de ambos se aprende más como enseñante que como enseñado. Era el pan (ácimo) del arte amasado en toda su pureza, algo diferente y accesible a los sentidos. Incluso la esencia tradicional del arte podía sucumbir a la seductora fuerza creativa de la máquina y a su nuevo discurso virtual. Ese discurso que puede hacer que la pregunta y la contestación sean, solamente, el soplo de una transformación poética, una cuestión de semántica no resuelta, un enfrentamiento claro entre la verdad de la idea o la ejecución adaptada al resultado final de lo creado. Comprimir la imagen, hacerla trizas, moldearla a un movimiento o elipse, o voltearla y convertirla en objeto primigenio de flexibilidad velada, era ya algo tangible. Cualquiera de sus dieciséis millones de colores podía ser compuesto y usado en unos segundos. Meta fantástica donde el tiempo no intercede entre la idea y los sentimientos del artista.

La última edición del Diccionario de la Academia Española dice de la computadora que es una "máquina electrónica, ana-lógica o digital, dotada de una memoria de gran capacidad y de métodos de tratamientos de la información, capaz de resolver problemas matemáticos y lógicos mediante la utilización auto-mática de programas informáticos". Y eso es exactamente, un substrato tecnológico. No es más que una simple herramienta, un auxilio poderoso y virtual que plasma la luz, las formas y los colores mil veces más rápidamente de lo que pueda percibir y asimilar cualquier ojo humano. Sus bytes, plóteres, lápiz óptico, ratón, nodos, líneas finísimas, pixeles, las dos memorias, ram y de disco duro, las célebres tres w, páginas webs, coordenadas y programas de diseño, permiten al artista expresar sus emociones de una manera diferente, con ráfaga nítida y conceptos más atinados, con potencia y precisión sin precedentes, como lo hiciera el mejor de los pintores con la tradicional espátula o el pincel de limoncillo de tres pelos.

Las nuevas disciplinas del arte digital vinieron a mitigar o corregir el desasosiego que anteriores etapas habían dejado en mí. Me encontré nuevamente con la estética y la ética, un mismo fenómeno: la belleza y lo bueno, lo sencillo y el extremo hermético en que se complacieron Mallarmé y Rimbaud. El misterio, la fantasía y la expresión poética volvieron a aparecer en mi obra como una tabla de salvación buscada. El éxtasis y el vómito cárdeno de las formas ocultas del ordenador se reciclaron en sueño cárdeno o vómito de arte digital. Mezcla casi perfecta, no exclusivamente tecnológica. Opción y continuidad de mi nueva forma de entender el arte y su fina concatenación con la magia veloz del cerebro electrónico de la computadora.

Hay que radicar el arte digital en la década de los 90, posiblemente en EE.UU. Al menos, el "Salón Digital de Nueva York" reivindica desde su creación su contribución e implan-tación en los medios de comunicación y en las salas de exposiciones de las principales ciudades del mundo. El profesor de la Universidad de Palermo, Fernando Luis Rolando, arquitecto e informático especializado en el diseño de las imágenes y sonidos digitales, es autor de un detallado estudio-proyecto publicado en "Cuaderno de mayo 2001" por dicha Universidad, Arte digital e interactividad, minucioso y documentado. Rolando sitúa al arte digital en la década ya citada de los 90 teniendo como base hipotética un estudio o análisis de comienzos y mediados del siglo XX que vincula y toma como antecedentes del arte electrónico al Expresionismo, Fovismo, Dadá, Surrealismo, Abstracto, Collage, Pop, Op, Arte geométrico, Realismo mágico, Transvanguardia, Nueva figuración y otras vanguardias históricas.

El arte digital esta interrelacionado, por tanto, con los primeros indicios o movimientos de las tendencias de la segunda mitad del siglo que acaba de terminar. Existe una estrecha colaboración funcional, sobre todo en las artes que optan por el divisionismo de los colores y la descomposición de las imágenes. La matematización del arte, la integración del Surrealismo en el campo del psicoanálisis, los diferentes manifiestos de fusión o conexión entre todas las artes experimentales: música, pintura, literatura, arquitectura, escultura, grabado, fotografía, cinema-tografía, televisión, teatro, montajes, happening, la estética fascinante del videoclip y la reproducción tecnológica de la cultura, han contribuido al mayor desarrollo y globalización de la cibercultura o de las cibercomunicaciones.

Al ser esta una estética interactiva creada por un medio virtual y veloz que puede transportar las imágenes en unos segundos a cualquier rincón del mundo, a través de Internet, una web, un e-mail (correo electrónico) o cederrón, quedan en un discreto segundo plano su propagación comercial y la autoría del invento. Es más una cuestión de propiedad intelectual abstracta o de "contrato social metafórico". Pongamos como ejemplo válido la observación borgiana de que "cualquier sistema metafísico esconde una buena metáfora".

Las indagaciones y escritos sobre arte digital realizados por profesores de arte y críticos son escasos y muy dispersos, casi siempre ligados a Internet y al entorno de las páginas webs personales de artistas e instituciones privadas. Desde hace dos o tres años empiezan las propuestas en los certámenes y grandes espacios expositivos españoles, aunque todavía son tímidos y confusos, y sin una consciencia exacta de lo que significa la pureza del arte digital. Los términos "arte digital", "infografía" y "net art" se mezclan y confunden sin insistir en una necesidad de estudio de estas tres tendencias del arte en la red como expresiones independientes, con el sólo nexo de ser obras concebidas como arte electrónico. Porque, mientras que el arte digital debe ser asimilado únicamente al arte creado y asistido por ordenador hasta su reproducción final, la infografía puede ser una cuestión de matices; las imágenes pueden ser creadas mediante ordenador o cámara fotográfica y ser estampadas por cualquier otro medio reprográfico. Sin embargo, el arte digital nunca se debe confundir con el net art; medio más libre que bucea por los imbricados caminos de la navegación de Internet, atrapa las imágenes existentes en la red, las piratea, las saca de sus suburbios y las transgrede, adaptándolas o fusionándolas en collages próximos a la ciencia-ficción.
El 2000 fue un buen año para la promoción y divulgación del arte digital: Madrid, con las ferias de "Arco" y "Estampa", apostó por esta nueva expresión con espacios físicos de gran representatividad que incluyeron galerías, foros de debates, revistas especializadas, exposiciones monográficas y artistas independientes con propuestas masivas y diversas zonas de contacto entre galeristas y creativos. El interés creciente de estas ferias de arte por el tema digital se materializó con ofertas y proyectos donde este sistema se puede desarrollar con amplitud de registros. Actualmente se buscan fórmulas, a través de los medios técnicos y humanos, para la imprescindible comercialización de este estilo. Se está creando el flujo de energía suficiente como para que puedan mezclarse todas las artes en un sólo discurso estético de reflexión y superposición simultánea con nuevas ofertas y demandas para un futuro cada vez más inmediato.

Las actuales leyes internacionales (me importa subrayarlo) protegen el arte digital como un arte autóctono conseguido por medios electrónicos y sus creadores tienen preservado el derecho a mostrar sus obras, de un sólo ejemplar o seriado, con firma autógrafa (no de estampación mecánica) y la reproducción de su trabajo se entrega a quien la adquiera conjuntamente con un cederrón o cualquier otro soporte que contenga la obra original, para que en caso de pérdida o deterioro, se pueda proceder a su nuevo ploteado conservando las mismas medidas que la anterior versión. Cuando la obra se muestra por cualquier sistema electrónico, de Internet o web, el autor baja su resolución o el peso del archivo y le puede añadir una "marca de agua" o filigrana, por asimilación de una vieja terminología, que dificulte la utilización de la reproducción pirateada. El artista (como en el arte tradicional) tiene legalmente garantizados sus derechos de autor y puede conservar el archivo matriz en el disco duro del ordenador o en cualquier otro medio digital de almacenamiento

Todo parece indicar que el arte digital de los últimos tres años ha experimentado un gran avance de los recursos técnicos en la reprografía de su contenido informático. El acercamiento de muchos de los artistas de otras vanguardias o tendencias a las imágenes numéricas se ha dado sin resistencia ni sospecha alguna. A los creativos de la generación anterior, venidos o asomados desde otras vanguardias, se les llama cariñosa y descriptivamente, "bisagras eléctricas", porque hacen de puente entre otras técnicas y otras disciplinas artísticas, aportan mayor bagaje de autocrítica, flexibilidad y eclecticismo, y una filosofía de conceptos y compo-sición de mayor calado intelectual. Son o fueron los balbucientes anticipadores del futuro, los peldaños altamente sofisticados en los que se basaron para la continuación de las tecnologías contem-poráneas y los límites estéticos del diseño asistido por ordenador.

La propuesta del arte digital, que en principio se consideraba como algo basado solamente en el cálculo frío del diseño de los sistemas operativos, ahora se identifica (a diferencias de otras in-novaciones artísticas incorporadas con anterioridad por la ciencia del ordenador), con una creación multimedia de soportes que requieren una gran tarea de laboratorio y un creciente grado de conocimientos informáticos, unidos a la imprescindible sensibi-lidad. Los nuevos soportes y el perfeccionamiento de la creación multimedia han llenado de fuerza y contenido, armonía y moder-nidad a esta nueva tendencia. El arte digital ha conseguido el toque de clase final que solamente el artista puede imprimirle. No sólo como discurso teórico sino como una aceptación y redefini-ción más justa o equilibrada del papel que juega el creador digital en la complicada arquitectura del lenguaje, que es siempre una obra de arte.

Con la popularización del ordenador en nuestra sociedad y la aplicación de las avanzadas creaciones técnicas en el arte de la animación, las escultopinturas de Alberto Cerritos en Vancuver, Canadá; la música de Jowe: escúchese La sinfonía de la naturaleza en www.terrenoculto.com; léase Los señores del aire de Javier Echeverría, filósofo y matemático, en www. anabasisdigital.com, se pueden entender mucho mejor las características complejas del arte digital, su debate, su ordenación cívica y la importancia obtenida por este potente medio de comunicación. Echeverría enfatiza y sostiene, con aguda ironía, una fórmula magistral para intrusos del medio digital: "Vaya una primera sugerencia para inventores: ¿por qué no intentar reproducir la estructura del alambre de espino en E3 ó tercer entorno? Se trata de crear una retícula electrónica que proteja una determinada red telemática de modo que quien intente entrar en ella sin autorización sufra daño, es decir, graves perjuicios en su equipo informático". Javier Echeverría ha contribuido sobremanera a subsanar la otrora duda de si el término acuñado de "arte digital" era solamente una definición vacua o de contenido infantil y pasajero.

El arte digital no es sólo un producto de las tecnologías o de las avanzadas y sofisticadas investigaciones. Es también un contrato social sin autoría traducido a todos los idiomas del mundo; algo que podrán utilizar todas las etnias que no tuvieron tiempo de crear un único alfabeto, indispensable para entenderse entre todas las culturas. Hay que procurar asimilar al menos una parte de lo que viene dado por la mano del arte, sea cual sea su contenido o procedencia; intentar desarrollar una síntesis de credibilidad propia que abra nuestros sentidos o que sirva de puente; el puente que nos permita alcanzar un mínimo grado de sensibilidad y conocimiento universal e intransferible: el propio. Permitidme insistir en esta expresión que nos personaliza a cada uno: "el propio". Porque por esa "propiedad", por esa identificación, estoy aquí.
Nuestro Picasso, que ya no es un moderno, decía que "si una obra de arte no es siempre actual no puede ser tomada en consideración". El arte digital está en esa tesitura porque cuenta con creadores en todo el mundo y porque su soporte de avanzada tecnología no se detiene. Es un camino de invención para nuevas fórmulas y nuevas vías de expresión artística.

Termino ya. Sirva este discurso de presentación académica y de gratitud por vuestra aceptación como un acto de corres-pondencia y dedicación al trabajo cotidiano; como un acto más de homenaje personal y exclusivo a todas las disciplinas artísticas y, sobre todo, a esta Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, que me abre hoy sus puertas.

Este es uno de los días más esperanzadores de mi carrera. Lo que venga después de este momento, en el arte y en la vida, el tiempo lo dirá.
Muchas gracias.

Discurso leído por el Ilmo. Sr. Don. José Manuel Cuenca Mendoza, Pepe Bornoy, el día 27 de febrero de 2002 en su Recepción Académica.
REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN TELMO, DE MÁLAGA

José Manuel Cuenca Mendoza

1 comentario

Raquel -

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