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Poligrafía Binaria

Estetización de la Cultura: ¿Pérdida del sentimiento sublime?

Carlos Fajardo

Un largo período es sublime...
Si se prevé para un futuro inalcanzable,
tiene entonces algo en sí de terrible.

Emanuel Kant.

En sus "Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y lo sublime", de 1764, Emanuel Kant concluye que lo sublime es la condición para que el verdadero arte produzca posibilidad y misterio, asombro y potencia de aura. La idea de lo sublime navega así por el romanticismo y las vanguardias del siglo XX. Kant lo instaura como imaginario que participa del arte, constituyéndose en un paradigma de la modernidad estética. Desde entonces, lo sublime toma características de Imperator Ontológico, excluyendo otras posibilidades de exploración gestadas fuera de sus dominios. El arte de finales del siglo XX y de principios del XXI, se sale de estos territorios, rechazando las dimensiones y tipologías que marcaron las exploraciones de la Ilustración. Crisis y ruptura estética. Lo sublime cae al suelo en las nuevas propuestas de un arte flemático más que melancólico y sanguíneo.
Kant ya había diagnosticado en sus observaciones las diferencias entre los humores estéticos. Quizá exista en estas clasificaciones una visión profética sobre la situación que atraviesan el arte y la estética actuales. Mientras el melancólico "tiene perfectamente un sentimiento de lo sublime" (Kant, 1990,51) y "son abominables para él todas las cadenas"; con una devoción al fanatismo, un celo por la libertad y "arrostra el peligro", es decir, es el precursor romántico y vanguardista que corre el riesgo de ser considerado "un visionario o un chiflado"1, el flemático no tiene, según el filósofo alemán, propiedades para entrar al cuadro de las consideraciones estéticas: "es en cierto modo un espíritu de pequeñeces que muestra una manera de espíritu delicado pero que tiende directamente a lo contrario de lo sublime. Tiene gusto por algo que sea muy artificial y dificultoso".

De esta manera, Kant configuraba ya un cuadro de las sensibilidades, gustos y juicios artísticos de una modernidad tanto en auge como en decadencia. Desde lo melancólico- sanguíneo hasta lo flemático, el impulso por la creación y su aprehensión varía. En más de dos siglos estos procesos han registrado, motivado, revolucionado y construido arte y artistas que se sitúan de uno u otro lado. O bien se aferran a la trascendentalidad metafísica de lo sublime, o bien se contentan con la inmanencia de lo flemático.

Las afirmaciones de Kant, doscientos veinticinco años después han dado sus frutos. A finales del siglo XX, las diferentes estéticas han cruzado -¿superado?- el umbral de la categoría sublime puesta por la modernidad, legitimadora y totalitaria, como condición para lograr una propuesta renovadora. El actual arte es para y de flemáticos, a los cuales no importan los juicios estéticos de una modernidad en retirada. Modernidad que se beneficia del sentimiento sublime en tanto este contiene "placer y pena, alegría y angustia, exaltación y depresión"... "Un placer mezclado con el pesar, un placer que proviene del pesar. En el caso de un gran objeto, el desierto, una montaña, una pirámide, o algo muy poderoso, una tempestad en el océano, la erupción de un volcán se despierta la idea de absoluto..." escribe Lyotard (1998, 103). Pesar y placer. Pesar no lograr atestiguar una representación de lo presentado, y placer de la razón por hacer posible la visión de lo infinito. Todos los siglos posteriores a Boileau, Kant y Burke han padecido y gozado de estas ambiguas formas de existencia; han sido siglos sublimes en su extrema definición. La muerte y el infinito, el terror y el miedo, la angustia a los vacíos, como la superación del tiempo a través de la Idea y el arte, dan testimonios y registros de esta sublimidad histórica. Hay aquí unas épocas que se han debatido entre el dolor y el alivio; que se han quedado petrificadas ante los holocaustos y, sin embargo, han superado su asombro gracias al deleite pena-placer, que construye la sensibilidad estética. Durante años hemos extraído gracia de la desgracia real; visto desmoronarse las altas torres utópicas y fortalecido para no morir en la verdad. Así ha ido pasando el tiempo de la modernidad. También los afanes del Capital se unen a este sentimiento sublime, por su obsesión de poder y riqueza infinitos ante la mirada atónita de los que no lo poseen. Sublimidad y riqueza; capital y ensoñación. Se toma el éxito como lo sublime que da alegría a través de la pena poderosa que produce la lucha por obtener dinero.

Pero, más allá de estas observaciones desde y sobre la superficie, algo va a lo profundo, se sumerge en la real entidad de las necesidades del Ser por expresar lo inexpresable. Y he aquí que tocamos fondo en un sentimiento tan propiamente nuestro como histórico. ¿A qué aspira lo sublime? A presentar lo impresentable, demostrar lo indemostrable, visualizar lo invisible, descifrar lo indescifrable. Tarea casi imposible/posible pero emprendida por un arte que no concilió con las nociones de un realismo absolutista e ingenuo, tanto cotidiano como partidista. Al tratar de presentar lo impresentable, la obra de arte se une con el absoluto. "lo impresentable, dice Lyotard, es lo que es objeto de Idea, y de lo cual no se puede mostrar (presentar) ejemplo, caso, y ni siquiera símbolo. El universo es impresentable, la humanidad también lo es, el fin de la historia, el instante, el espacio, el bien, etc. Kant dice: el absoluto en general".

Tarea ardua la del arte moderno: tratar de hacer visible lo absoluto; de allí sus rebeliones metafísicas y el sacrificio de tanto artista en torno a estas obsesiones. Si no se puede presentar el absoluto, al menos se le puede manifestar que existe. Dar al hombre la sensación de estar domiciliado en lo imposible: habitar en poeta, diría Hölderlin; atreverse a vivir la poesía, clamaría André Breton. Sentir el estado sublime es abordarse no como turista sino como casero. "El caos, escribía Novalis, debe resplandecer en el poema bajo el velo incondicional del orden", y no otra cosa trataron los románticos y las Vanguardias. Lo inhumano del arte, visionado por Apollinaire, es justamente esta fatalidad de ver con ojos de asombro tras el espejo; traer ante nuestra mirada lo oculto y ponerlo a circular en una cotidianidad tan mísera como extraordinaria. Ser inhumano estético es habitar las otras realidades invisibles. ¿ y quién se atreve a realizarlo?. Sólo aquel que vive en la belleza de lo terrible, en el vértigo de lo siniestro real y va hacia la profundidad de las superficies; sólo el que ha palpado el horror con la agonía de una trascendencia poética, quien ha sentido la ausencia de la presencia, el misterio de su alteridad.
Esta es una de las mayores obsesiones para el arte moderno. Gran parte de las rebeliones metafísicas en los últimos siglos han sido estéticas. Lucha por un imposible; el suplicio de Tántalo frente a los manjares genialmente sintetizado por Luis Cernuda en su poema Desdicha:

un día comprendió cómo sus brazos eran
solamente de nubes;
imposible con nubes estrechar hasta el fondo
un cuerpo, una fortuna.

Necesidad Occidental de abarcar el Todo, la temporalidad fugaz. Tragedia de vernos fracasados como mortales. De allí el sentimiento Sublime.

Sin embargo, después de las Vanguardias del siglo XX, algo cambió. Algunos de estos proyectos modernos no han claudicado pero sí se han mutado, transformado. ¿Qué tipos de sentimientos sublimes se expresan ahora a principios de un nuevo milenio? ¿Cuál es nuestra percepción de lo impresentable, de lo inexpresable? ¿Cómo manifestamos nuestras imposibilidades ante el absoluto y la Totalidad? ¿ O acaso ello ya no importa al arte? ¿No existe esa sensación de placer en la pena por nuestra "condición humana"? En la esfera de la cibercultura actual, los conceptos de trascendencia, infinitud, misterio, angustia, magia ¿cómo se asumen o en qué están constituídos?

II

¿Cuál es la actitud postmoderna?
A diferencia de lo que suplantó,
la posmodernidad a menudo se queja,
pero nunca es melancólica.
James Gardner

Si a Hegel le preocupó el fin del arte y a Benjamin la pérdida del aura, a nosotros nos inquieta el resultado de ambas preocupaciones. Es decir la estetización masiva de la cultura. Del Sujeto estético de las utopías modernas, al sujeto estetizado del desencantamiento posmoderno. Las nostalgias fueron mayores al final del siglo XX. ¿Qué se ha diluido? Un paradigma: el sentido de lo sublime, la necesidad de trascendencia a través de la obra de arte, su inquietante capacidad para abordar la otra orilla, de mirar lo invisible. Por estas coordenadas actuales cualquier objeto adquiere desde ahora facultades artísticas, transformando el concepto de ensoñación y de misterio.

Toda acción – desde hablar de la vida íntima, hasta la pantallización de fumar o destapar una cerveza – se acepta como una acción buenamente estética, un ready made que democratiza el "todo es apto" para decorar la existencia. Decoración mas no subversión.

Si el romanticismo y las Vanguardias trataban de hacer visible lo invisible, presentar lo impresentable, debemos preguntarnos si la estetización mediática y la industria cultural hacen lo mismo. ¿No querrán más bien "desresponsabilizar a los artistas con respecto a la cuestión de lo impresentable? ( Lyotard, 131).

En torno o en el centro de la tercera revolución industrial microelectrónica, las cualidades del arte han adquirido unos matices distintos a los de la era maquinal o fordista donde la concepción del trabajo, como disciplina digna y única carta civilizatoria, imperaba. Tránsito de unas relaciones de producción laborales o de "dictadura del trabajo" a unas relaciones de producción del consumo o "dictadura del mercado". Sin embargo, lo asegura Fernando Mires, " el declive de ese tipo de trabajo no debe ser sólo vivido como tragedia sino como ‘oportunidad’, esto es como posibilidad para recuperar la libertad perdida frente a la imposición del maquinismo" (1996,28). El Homo economicus, tan apegado a la ética del sacrificio protestante, a la disciplina y "culto al trabajo", ajeno al goce, a la alegría, al ocio en libertad, se ha ido diluyendo a medida que avanza la revolución microelectrónica.2 Igualmente, en la misma proporción, el concepto de trabajo artístico como algo sublime se agota. Frente a la ética del sacrificio estético aparece el relajamiento creativo. No interesa tanto el trabajo artístico como el consumo estetizado. Al artista posmoderno no lo trasciende el ideal de "gracia" que imponga en su trabajo disciplinado. No. Su "gracia" está en otra parte. Más ingrávido, volátil, libre de ataduras morales civilizatorias, el trabajo sobre y desde el arte deja de ser el único medio que le da prestigio y elevación ética. Fin de la idea del trabajo estético moderno. Ahora pide algo más. Su goce no está solamente en permanecer ante su obra horas enteras hasta desvanecerse como Van Gogh. El goce lo encuentra en la glorificación de su artefacto artístico por el mercado. Lo subjetivo sublime se transforma así en ganancia comercial individualizada. Su tiempo creativo no se mide por la fuerza impuesta en la superación del miedo, el horror, los imposibles, la muerte, sino por su velocidad y capacidad consumidora. De aquí un presagio: al arte lo espera otra dimensión de lo sublime, otra idea de obtener placer en la pena o, tal vez, el ya no sufrir por no alcanzar los bastos límites de estos territorios agonizantes.

Superada la angustia de la rebeldía metafísica, la Totalidad para el artista deja de ser una obsesión y un peligro. Ahora su vida demanda otros proyectos. El caso Rimbaud, el caso J.A. Silva, el caso Beethoven, el caso Hölderlin, el caso Rilke, el caso César Vallejo, el caso del pintor Francis Bacon... quedan museograficados en las nuevas sensibilidades, contagiados por una des-sublimación estética impuesta desde la industria cultural. "El mundo tecnocientífico posindustrial no tiene como principio general que haya que presentar algo que no es presentable y por lo tanto representarlo". (Lyotard, 131).

Al no interesarse por presentar algo impresentable, el arte mediatizado actual pierde su angustia, la pasión del melancólico y del sanguíneo kantiano, devotos del entusiasmo y del peligro, de lo visionario y lo "chiflado", y aborda en cambio las corrientes mansas del flemático, "un espíritu, al decir de Kant, de pequeñeces (esprit de bagatelles), que muestra una manera de espíritu delicado, pero que tiende directamente a lo contrario de lo sublime. Tiene gusto por algo que sea muy artificial y dificultuoso, como versos que se pueden leer hacia delante y hacia atrás, acertijos, relojes en sortijas, cadenas de pulgas, etc., y de cuanto está ordenado de modo trabajoso, aunque sea inútil, por ejemplo, los libros que están colocados con fina elegancia en largas estanterías y un cabeza vacía que los contempla y disfruta de ellos...

La crítica de Kant es fuerte y, aunque algo injusta frente a lo que después se denominará arte y gusto kitsch, muestra el estado que va dejando la estetización a la cultura, esa des-sublimación o despojo de ilusión en el arte más reciente.
De modo que toda pulsión estética ha ido pasando del culto al trabajo como virtud al culto del consumo como goce. Por lo mismo, el autocontrol, el autodominio, la autoconciencia y autoorganización generados por la interiorización reguladora moral del trabajo moderno, actualmente van siendo superados -mutados – por las nociones de lo disperso, la libre determinación, la noción del caos personal, la multiplicidad no unitaria ni centralizadora.3 La "Buena Vida" conseguida en la modernidad a través del trabajo disciplinado, de vigilancia y castigo, se adquiere ahora por medio de la "desfachatez" y despreocupación ante el proceso civilizatorio del régimen laboral. Se trabaja sí, pero sin la concepción de trascendencia por el sacrificio. Ya no nos ganamos la inmortalidad ni el cielo laborando más allá de nuestras propias capacidades. La mística del trabajo se trasmuta por la mística del consumidor como un nuevo control social que interioriza al Centro Comercial y no la fábrica. De Gregorio Samsa, metamorfoseado por la alienación del trabajo, a Homero Simpson, idiotizado por los productos del mismo.

III

Se cree expresar el espíritu el tiempo, cuando
no se hace sino reflejar el del mercado.
Lasublimidad ya no está en el arte, sino en la
especulación sobre el arte.
Jean Francois Lyotard.

La des-sublimación del arte también se manifiesta en la cotidianidad masiva y no sólo en el artista. Las masas proceden casi con la misma despreocupación y desfachatez ante los productos artísticos; su capacidad de transitar hacia el otro lado del espejo y ver el revés de lo real, se limita por la inmanencia de una desencantada fenomenología de lo inmediato. También aquí se des-responsabiliza al público de su necesidad de exploración, aventura, asombro ante lo inexpresable, lo innombrable, frente a la magia de un aterrador espacio-tiempo inalcanzables pero posibles de tocarlos y dominarlos gracias a la imaginación poética.

O quizá dicha ilusión ensoñada ahora la encuentre el público en su más vívida inmediatez, lo que quiere decir en la escenograficación de sus happening cotidianos, en la moda, el cuerpo, la música, el baile, la publicidad, la pantallización mediática. De ser así, se habrá logrado que la pulsión del arte, ofrecida sólo a unos cuantos "elegidos", salga a flote y se construya como posibilidad para "todos". Sin embargo, y he aquí la diferencia, se democratiza no tanto lo intenso subversivo como sí el espectáculo; se estetiza la catarsis, el éxtasis y la rebeldía controlada (vg. los conciertos de Rock y Rap programados y organizados por la oficialidad en los parques de las ciudades) más no la fundación explosiva de presencias poéticas. Al no fomentar la necesidad de impulsar la vida hacia otras esferas, la capacidad sensible del público se reduce a ser conciliadora y colaboracionista con lo establecido, limitando su capacidad de pedir ese "algo más" que exigen los desesperados/desesperanzados.

Arte y estetización efímera sin las preocupaciones metafísicas por su permanencia. "objetos puramente decorativos de uso temporal" los llama Baudrillard (1997,27). Globalización de una estrategia del marketing: "todos los estilos pueden volverse, de un solo golpe, efectos especiales y valer en el mercado del arte, figurar en el hit parade del arte... El arte no es ya el lugar del intercambio simbólico. Hay comunicación pero no intercambio". (Baudrillard,54).

Bien vale pensar esta paradoja actual. Por una parte la des-sublimación y desentronización de los procesos artístico-poéticos de elite; por otra, la sacralización y el encantamiento de la cultura masificada por el mercado. Y esto último se da quizá porque en medio de la mediatización masiva algo queda de asombro, de insólito, de no presentado. De allí la proliferación del pastiche o búsqueda nostálgica de lo perdido: deseo por encontrar ese "otro lado" sumergido en el tiempo, pues vivir sólo en éste es insufrible. También en las propagandas y en la vida diaria, el público – que ya es todo el mundo – sublima un deseo, es decir un vacío. Es el vacío del espíritu que ha sido enseñado a desear mal, a querer mal, pero a desear al fin y al cabo. Y esta percepción es la que se estetiza hasta llegar a filtrar su fuerza erótica-sensible en todo el laberinto social. Si es así, tendremos lo sublime dentro de la lógica del capitalismo, tejiendo una red de imposibles-posibles que van administrando y alimentando un campo deseante ideológico cimentado en las nociones de riqueza, felicidad y éxito. En otras palabras, la lógica capitalista del mercado también siente en el fondo el "placer de un pesar" por no poder, con toda la racionalidad instrumental, vencer en su totalidad a la muerte. Este displacer, que no se logra entender pero sí expresar, es el que le da a la cultura capitalista un aspecto sublime, manifiesto en la pulsión metafísica publicitaria, con su frustrada adquisición de poder absoluto. Ante tal fracaso del deseo, queda inventar el alivio, y es éste el que le llega a la gran masa, apaciguando la desdicha que produce el no alcanzar sus grandes imaginarios. En esa transmutación de pena a placer, se encuentra el deleite, producido por los medios, como facultad que hace superar la sensación de pequeñez humana, disparándonos a ensoñar la grandeza de nuestro destino.

Esta lógica que sublima el mercado es la que ha construido una cultura estetizada. La estetización está en todas partes, socializando la simulación de una catarsis.4 Sin embargo, como hemos anunciado atrás, la estetización de lo público no fomenta una riqueza de sensibilidad subversiva ni la necesidad de generar rupturas paradigmáticas. Lo que hace más bien es fortalecer el régimen del establecimiento, disparar la sensibilidad a la indiferencia crítica, idealizando el arte del confort y el decorado. Estetización sin resistencia, puesto que deviene de un proceso de estandarización del gusto, a pesar de la falsa democracia de los deseos.

De manera que sería un error analítico el decir que en la estetización posindustrial o del "modo de producción microelectrónico" (Fernando Mires,1996) se finaliza el sentimiento de lo sublime. Para nosotros más bien éste ha cambiado, se ha mutado. Visto desde la perspectiva kantiana y la de Burke, es decir, transitando por románticos y vanguardistas, la estetización es un fracaso del "espíritu del arte" y una herida a las grandes aventuras estéticas del siglo XX. Pero asumida como la formación de un nuevo sensorium – gestado en el siglo XX y muy probablemente por desarrollar en el siglo XXI – la estetización también posee un aura, no obstante la homogenización de sus propuestas y la pérdida de encantamiento que se negocia por banalidad, trivialidad y cursilería. Un aura secular de lo secular, del desencanto de lo desencantado o era posmoderna. Secularización de lo ya secularizado por la modernidad. ¿Qué nos queda después de eso? La realidad total, el sin misterio, lo visible-visible, lo presente-presente, la no ensoñación, la presentación presentable, un deseo sin deseante. Es esta la estetización que impulsa el capitalismo: una sublimidad que invita al consumo, uso y desecho; un ready made industrial; un aura de lo efímero de cuya permanencia temporal se sospecha.

Casi sin tiempo (pues éste se mide ahora por velocidad) la estetización edifica su propia senda pero aferrada a un destierro donde son muy pocos los espacios para el encantamiento poético.

© Carlos Fajardo

Espéculo. Revista de estudios literarios.
Universidad Complutense de Madrid.
El URL original de este documento es
http://www.ucm.es/info/especulo/numero16/estetiz.html

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