Elogio de la low tech
Rodrigo Alonso
Existe una paradoja implícita en la expresión low tech. Desde la modernidad, la tecnología se ha identificado con el progreso y el futuro, con los mayores y más amplios desarrollos técnicos, con el estadio más avanzado del conocimiento de la sociedad en la cual surge. Una tecnología baja casi ha perdido el derecho a llamarse tecnología. En la lógica de este pensamiento, la low tech es prácticamente un residuo arqueológico, algo así como un desecho nuclear que sólo puede dejarse desintegrar.
¿Qué es lo que llama la atención de los artistas al internarse en la exploración de los sistemas de baja tecnología? ¿Acaso no consideran el riesgo a la desintegración, a la desarticulación de su discurso en el contexto de las realizaciones hipertecnológicas tan en boga, al desinterés que puede provocar un producto cuya base ya no goza de prestigio social?
La primacía de la tecnología no es, ciertamente, una condición innata de las sociedades. Por el contrario, su formulación es reciente y responde a un tipo muy específico de construcción social, aquella en la que el desarrollo tecnológico y científico pulsa al ritmo de la circulación económica de lo que Fredric Jameson ha denominado la tercera fase del capital, ligada no ya a los medios de producción sino a los de reproducción. El sobredimensionamiento técnico determina ese sublime posmodernista o tecnológico al que se refiere el autor, cuando declara: la tecnología de la sociedad contemporánea no es hipnótica y fascinante por sí misma, sino porque parece brindarnos una forma rápida y fácil de comprender en nuestras mentes e imaginaciones toda la red global descentralizada de la tercera etapa del capital.2
En este contexto, la adopción de la baja tecnología por parte de los artistas introduce un aspecto necesariamente político. Cualquier propuesta basada en ella llevará implícita las tensiones entre el paradigma occidental forjado al calor de la expansión tecnológica y los modos alternativos de pensar la realidad. Ante todo, el recurso a la low tech ejercita una distancia crítica, permitiendo miradas descentralizadas sobre el mundo en que nos toca vivir.
Es una falacia pensar que sólo desde la posesión técnica se puede reflexionar sobre el impacto social y cultural del régimen tecnológico. Si se comprende la lógica interdependiente de todo el circuito, es fácil ver cómo las relaciones del arte con la tecnología se definen tanto desde el interior como desde el exterior de dicho circuito. En el camino hacia la reformulación del universo tecnológico desde un posicionamiento descentralizado, la vía menos interesante y definitivamente impracticable es, desde ya, asumir la deficiencia tecnológica como falta. El verdadero desafío es, por el contrario, ver cómo se puede mantener una postura discursiva propia en el terreno del arte y la tecnología desde una posición alternativa y una realidad ineludible, la del universo hipertecnologizado y tecnológico-dependiente de los discursos artísticos contemporáneos.
La opción consciente de la low tech genera un cuestionamiento contundente a la superioridad política y estética que pretende fundarse en una supuesta superioridad técnica. Partiendo de tecnologías elementales o perimidas, las obras low tech enfatizan el discurso estético, eludiendo la seducción y las fechas de caducidad del hardware, que han hecho de tantas obras en la historia del arte y la tecnología, simples intentos estéticos incapaces de sobrevivir al paso del tiempo.
La vertiente low tech inaugura un camino promisorio para el arte contemporáneo y particularmente para el arte argentino. Permite trabajar desde los márgenes, que es una de las características más recurrentes del arte más provocador de todos los tiempos. Permite, por otra parte, desligarse de los condicionamientos técnicos a la hora de proyectar o producir las obras. Permite, finalmente, desmitificar los aparatos, los mecanismos, los soportes, las técnicas. Propicia un verdadero diálogo con la obra y, fundamentalmente, un compromiso renovado con el hacer.
Notas:
1. La presente reflexión es parte de una investigación en curso sobre arte y tecnología en Latinoamérica, cuyos primeros resultados fueron publicados en el libro Hipercubo(ok), Bogotá, 2002.
2. Jameson, Fredric: Lo sublime histérico, en Ensayos sobre el posmodernismo, Buenos Aires,Imago Mundi, 1991.
Existe una paradoja implícita en la expresión low tech. Desde la modernidad, la tecnología se ha identificado con el progreso y el futuro, con los mayores y más amplios desarrollos técnicos, con el estadio más avanzado del conocimiento de la sociedad en la cual surge. Una tecnología baja casi ha perdido el derecho a llamarse tecnología. En la lógica de este pensamiento, la low tech es prácticamente un residuo arqueológico, algo así como un desecho nuclear que sólo puede dejarse desintegrar.
¿Qué es lo que llama la atención de los artistas al internarse en la exploración de los sistemas de baja tecnología? ¿Acaso no consideran el riesgo a la desintegración, a la desarticulación de su discurso en el contexto de las realizaciones hipertecnológicas tan en boga, al desinterés que puede provocar un producto cuya base ya no goza de prestigio social?
La primacía de la tecnología no es, ciertamente, una condición innata de las sociedades. Por el contrario, su formulación es reciente y responde a un tipo muy específico de construcción social, aquella en la que el desarrollo tecnológico y científico pulsa al ritmo de la circulación económica de lo que Fredric Jameson ha denominado la tercera fase del capital, ligada no ya a los medios de producción sino a los de reproducción. El sobredimensionamiento técnico determina ese sublime posmodernista o tecnológico al que se refiere el autor, cuando declara: la tecnología de la sociedad contemporánea no es hipnótica y fascinante por sí misma, sino porque parece brindarnos una forma rápida y fácil de comprender en nuestras mentes e imaginaciones toda la red global descentralizada de la tercera etapa del capital.2
En este contexto, la adopción de la baja tecnología por parte de los artistas introduce un aspecto necesariamente político. Cualquier propuesta basada en ella llevará implícita las tensiones entre el paradigma occidental forjado al calor de la expansión tecnológica y los modos alternativos de pensar la realidad. Ante todo, el recurso a la low tech ejercita una distancia crítica, permitiendo miradas descentralizadas sobre el mundo en que nos toca vivir.
Es una falacia pensar que sólo desde la posesión técnica se puede reflexionar sobre el impacto social y cultural del régimen tecnológico. Si se comprende la lógica interdependiente de todo el circuito, es fácil ver cómo las relaciones del arte con la tecnología se definen tanto desde el interior como desde el exterior de dicho circuito. En el camino hacia la reformulación del universo tecnológico desde un posicionamiento descentralizado, la vía menos interesante y definitivamente impracticable es, desde ya, asumir la deficiencia tecnológica como falta. El verdadero desafío es, por el contrario, ver cómo se puede mantener una postura discursiva propia en el terreno del arte y la tecnología desde una posición alternativa y una realidad ineludible, la del universo hipertecnologizado y tecnológico-dependiente de los discursos artísticos contemporáneos.
La opción consciente de la low tech genera un cuestionamiento contundente a la superioridad política y estética que pretende fundarse en una supuesta superioridad técnica. Partiendo de tecnologías elementales o perimidas, las obras low tech enfatizan el discurso estético, eludiendo la seducción y las fechas de caducidad del hardware, que han hecho de tantas obras en la historia del arte y la tecnología, simples intentos estéticos incapaces de sobrevivir al paso del tiempo.
La vertiente low tech inaugura un camino promisorio para el arte contemporáneo y particularmente para el arte argentino. Permite trabajar desde los márgenes, que es una de las características más recurrentes del arte más provocador de todos los tiempos. Permite, por otra parte, desligarse de los condicionamientos técnicos a la hora de proyectar o producir las obras. Permite, finalmente, desmitificar los aparatos, los mecanismos, los soportes, las técnicas. Propicia un verdadero diálogo con la obra y, fundamentalmente, un compromiso renovado con el hacer.
Notas:
1. La presente reflexión es parte de una investigación en curso sobre arte y tecnología en Latinoamérica, cuyos primeros resultados fueron publicados en el libro Hipercubo(ok), Bogotá, 2002.
2. Jameson, Fredric: Lo sublime histérico, en Ensayos sobre el posmodernismo, Buenos Aires,Imago Mundi, 1991.
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