Del interés del arte por el azar
Kepa Murua
El azar busca la fragilidad del mundo real con el efecto representado. El azar, la inconsciencia que nos lleva a pensar que todo está escrito de antemano. El azar que nos acerca a la realidad de las cosas mágicas, esas que no esperábamos, y que terminan señalando nuestras vidas. El azar, un proceso inevitable en la ciencia y el arte, porque con sus invisibles cadenas y concatenación de sucesos, reales o inventados, cobra vida como un objeto animado ante el encuentro de las personas. Estamos vivos porque sentimos la sensibilidad de las cosas externas, pero en el azar, creyendo o no creyendo, se encuentra parte de la explicación que hoy sentimos como lógica en el mundo del arte, pues toda la improvisación que alimentó la vida de los artistas se ciñe al argumento de una historia que nadie creyó que fuera cierta: Pensábamos algo y pasó lo contrario, queríamos algo y dimos de bruces con otra, coincidimos en un punto que , son frases entresacadas de ese azaroso encuentro de la realidad ante los hechos que parece dictar la historia. Convencidos de que no existe, el azar se impone con sus mágicas improvisaciones y cambios de situación. Convencidos de que existe, aunque sólo como forma de una palabra con un sentido determinado, el azar se oculta como todo lo que luego se arma como un rompecabezas imaginario del entendimiento y de la razón. Por eso la historia tiene huecos que se rellenan con la justificación del azar. Por eso la razón tiene vacíos que se demuestran con la existencia de una espacio abierto que muestra que la vida se hace caminando y que en ese movimiento, que embauca al tiempo, el azar se alza como medio de una explicación que nunca cuenta con ningún límite. Y ¿el arte? Otro tanto con el arte que muestra como logros de una evolución inevitable injustificados objetos que se dieron gracias a un encuentro fortuito. Quizá el tiempo sea ese azar que quiso que el mundo contemplara a la vida como arte y él transforma como inevitable. ¿Quién nos dice que la amistad entre artistas no es más que azar?, ¿quién que la utilización de unas técnicas con unos determinados materiales no sea más que un avance del azar, mientras creemos que todo tiene una lógica que escapa de las garras de la comprensión humana. Si el mundo es una suma de azares sin intención alguna, el arte crea un mundo que se mantiene en vilo porque es inevitable que esas cosas que se explican sin que se puedan explicar o esas otras que se encadenan sin saber a ciencia cierta por qué, terminan adquiriendo su propia razón de ser. Son cosas mágicas en terrenos reales, cuestiones prácticas en el mundo de los sueños, de lo inevitable, de lo que no se explica, pero sucedió, como una conjetura que nos permite pensar que nuestras vidas cuelgan de asombrosos hilos invisibles. Ese dilema que nos lleva a pensar que nuestra existencia depende de una mágica realidad que, al igual que el mundo desconocido del arte, nos descubre en un movimiento perpetuo que refleja la coincidencia de las cosas extrañas ante la realidad inmediata de lo que creemos como fortuito. En un mundo que se nos escapa de las manos, tanto como al artista se le diluye entre insignificante hechos que adquieren vida de una manera asombrosa, el azar, ese asombro perpetuo que nos mantiene vivos, se viste de un cuerpo artístico que supera cualquier hecho real ante el cual nunca nos podemos negar con clarividencia. Si la duda es el motor de la creación, el azar es el espejo en eterno movimiento donde se mira esa duda. Porque así como hay hechos que no se explican con la razón de la historia, existen sucesos que no tienen explicación alguna. Como el arte, como la vida misma.
Kepa Murua
El azar busca la fragilidad del mundo real con el efecto representado. El azar, la inconsciencia que nos lleva a pensar que todo está escrito de antemano. El azar que nos acerca a la realidad de las cosas mágicas, esas que no esperábamos, y que terminan señalando nuestras vidas. El azar, un proceso inevitable en la ciencia y el arte, porque con sus invisibles cadenas y concatenación de sucesos, reales o inventados, cobra vida como un objeto animado ante el encuentro de las personas. Estamos vivos porque sentimos la sensibilidad de las cosas externas, pero en el azar, creyendo o no creyendo, se encuentra parte de la explicación que hoy sentimos como lógica en el mundo del arte, pues toda la improvisación que alimentó la vida de los artistas se ciñe al argumento de una historia que nadie creyó que fuera cierta: Pensábamos algo y pasó lo contrario, queríamos algo y dimos de bruces con otra, coincidimos en un punto que , son frases entresacadas de ese azaroso encuentro de la realidad ante los hechos que parece dictar la historia. Convencidos de que no existe, el azar se impone con sus mágicas improvisaciones y cambios de situación. Convencidos de que existe, aunque sólo como forma de una palabra con un sentido determinado, el azar se oculta como todo lo que luego se arma como un rompecabezas imaginario del entendimiento y de la razón. Por eso la historia tiene huecos que se rellenan con la justificación del azar. Por eso la razón tiene vacíos que se demuestran con la existencia de una espacio abierto que muestra que la vida se hace caminando y que en ese movimiento, que embauca al tiempo, el azar se alza como medio de una explicación que nunca cuenta con ningún límite. Y ¿el arte? Otro tanto con el arte que muestra como logros de una evolución inevitable injustificados objetos que se dieron gracias a un encuentro fortuito. Quizá el tiempo sea ese azar que quiso que el mundo contemplara a la vida como arte y él transforma como inevitable. ¿Quién nos dice que la amistad entre artistas no es más que azar?, ¿quién que la utilización de unas técnicas con unos determinados materiales no sea más que un avance del azar, mientras creemos que todo tiene una lógica que escapa de las garras de la comprensión humana. Si el mundo es una suma de azares sin intención alguna, el arte crea un mundo que se mantiene en vilo porque es inevitable que esas cosas que se explican sin que se puedan explicar o esas otras que se encadenan sin saber a ciencia cierta por qué, terminan adquiriendo su propia razón de ser. Son cosas mágicas en terrenos reales, cuestiones prácticas en el mundo de los sueños, de lo inevitable, de lo que no se explica, pero sucedió, como una conjetura que nos permite pensar que nuestras vidas cuelgan de asombrosos hilos invisibles. Ese dilema que nos lleva a pensar que nuestra existencia depende de una mágica realidad que, al igual que el mundo desconocido del arte, nos descubre en un movimiento perpetuo que refleja la coincidencia de las cosas extrañas ante la realidad inmediata de lo que creemos como fortuito. En un mundo que se nos escapa de las manos, tanto como al artista se le diluye entre insignificante hechos que adquieren vida de una manera asombrosa, el azar, ese asombro perpetuo que nos mantiene vivos, se viste de un cuerpo artístico que supera cualquier hecho real ante el cual nunca nos podemos negar con clarividencia. Si la duda es el motor de la creación, el azar es el espejo en eterno movimiento donde se mira esa duda. Porque así como hay hechos que no se explican con la razón de la historia, existen sucesos que no tienen explicación alguna. Como el arte, como la vida misma.
Kepa Murua
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