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Poligrafía Binaria

Teoría y Argumentos

Emergentes "Arte Digital"

Inés Matute

Imprescindible ya en la programación de los museos y centros de arte más punteros, sólo los propios creativos y algunos especialistas parecen saber de qué va la cosa. Como herramientas de partida, un ordenador y toda la tecnología de comunicación que programadores e ingenieros ponen al servicio del net adicto. Técnicamente hablando, el arte digital supondría la creación de una obra artística a través de un ordenador y sus periféricos, esto es, un scanner, una cámara digital, una tableta digitalizadora, una impresora... y su posterior difusión, preferentemente on line. De lo que se ha hecho en el año 2003 no puedo dar testimonio personal, pero sí de los máximos logros del 2002: Cyberia 02, en Santander, fue una magnífica muestra del trabajo de los artistas nacionales. La ciudad de Linz, en Austria, inauguró meses más tarde una nueva edición de arte electrónico en el prestigioso festival del Ars Electronical Center – tal vez os sorprenda saber que en Austria llevan trabajando la digitalización artística desde 1979- citas ambas muy recomendables para todo “consumidor” y creador de arte digital. Pero vayamos por partes.
En sus orígenes, y dado que el arte se apoyaba en la técnica y ésta a su vez en la ciencia, difícil resultaba distinguir los trabajos llevados a cabo por los arquitectos de aquellos realizados por pintores, fotógrafos, programadores e incluso músicos. El resultado, en muchos casos, era similar. En 1968 se presentó en Londres la muestra denominada “ Cybernetic Serendipity”, animada por una visión sociólogo-futurista que resultó casi profética; “La sociedad sólo puede ser entendida a través del estudio de los mensajes y de los sistemas de comunicación, en el desarrollo futuro de ambos. El flujo de mensajes entre hombres y máquinas, entre máquinas y máquinas, será cada vez más importante. La misión de la cibernética es desarrollar un lenguaje y una tecnología que nos permita controlar las comunicaciones”. A principios de los 80, y mucho antes de que Internet fuera lo que hoy conocemos, William Gibson, con su novela “Neuromancer”, nos presentó un mundo abrumado por la superpoblación y el exceso de tecnología; las grandes multinacionales, más poderosas que los propios gobiernos, maquinaban estrategias para eliminarse entre sí; la tecnología estaba al alcance de todos, incluidas las mafias y los criminales. Este horrible lugar recibió el nombre de “Ciberespacio”, y la red de computadoras que lo mantenían conectado “The Matrix”, título que, por supuesto, nos resulta más que familiar. Según el científico Greg Blonder, si se favorece el crecimiento exponencial de la inteligencia de los ordenadores, hacia el año 2088 éstos serán tan inteligentes como el hombre, y hacia el 2095, la especie humana ni siquiera será “necesaria”. De momento, el Ciberespacio ya existe, y es precisamente el lugar donde se produce el avance tecnológico más rápido y mágico de los últimos años: nace el universo electrónico, un universo al alcance de casi todos.
A través de los siglos, el hombre siempre ha expresado sus ideas y sus obsesiones mediante manifestaciones plásticas; estas manifestaciones son lo que solemos denominar “Arte”. El arte digital, que es como comúnmente se le designa, “vive” dentro del ciberespacio, y llega a nosotros a través de Internet. Su procedimiento y medio de difusión son nuevos, su comercialización parece imposible, interesante paradoja si tenemos en cuenta que ya hay más de cien millones de personas conectadas a la Red.
El primer artista que construyó imágenes dentro de un monitor de televisión con las que el espectador podía interactuar fue Nam June Paik. Según sus propias palabras, “Pintamos con pintura y obtenemos un conjunto de formas, pintamos con luz y obtenemos otra cosa, pintamos con sonido, pintamos de todas las maneras imaginables... ¿Por qué no pintar con campos magnéticos para obtener algo diferente de todo lo anterior?”. Desde esas primeras experiencias hasta el día de hoy, el ordenador ha pasado de ser una simple herramienta de trabajo a ser considerado toda una entidad creativa con capacidades similares a las del intelecto humano. Su aplicación más espectacular es aquella que entiende el ordenador como un instrumento intelectual que nos permite alcanzar el espacio multisensorial de la realidad virtual, es decir, que sirve para transportar al espectador, receptor y agente de las sensaciones, a un mundo paralelo al mundo físico, un mundo no del todo real, pero sí perfectamente “percibible”. El deseo de verse transportado a un mundo imaginario donde poder dar rienda suelta a la imaginación es la fantasía, nada oculta, de todo artista digital que se precie. Han pasado casi 30 años y la oferta que encontramos en la red es abrumadora, tentadora y... de momento, gratuita.
¿Os animáis a experimentar un poco? Empezad con una web gallery facilita, www.artmuseum.net , www.comunart.com también es altamente recomendable, así como www.ideolab.org, de nuestro amigo Carlos Hermosilla. Si os sentís más intrépidos y os apetece conocer la versión avanzada del asunto, visitad la web de Andy, esporádico colaborador de Luke. Su dirección web es www.andyland.net. o la singular h49.org, que es una de las que recomiendan los entendidos. ¡Ya nos contaréis!

Inés Matute

Del interés del arte por el azar

Kepa Murua

El azar busca la fragilidad del mundo real con el efecto representado. El azar, la inconsciencia que nos lleva a pensar que todo está escrito de antemano. El azar que nos acerca a la realidad de las cosas mágicas, esas que no esperábamos, y que terminan señalando nuestras vidas. El azar, un proceso inevitable en la ciencia y el arte, porque con sus invisibles cadenas y concatenación de sucesos, reales o inventados, cobra vida como un objeto animado ante el encuentro de las personas. Estamos vivos porque sentimos la sensibilidad de las cosas externas, pero en el azar, creyendo o no creyendo, se encuentra parte de la explicación que hoy sentimos como lógica en el mundo del arte, pues toda la improvisación que alimentó la vida de los artistas se ciñe al argumento de una historia que nadie creyó que fuera cierta: “Pensábamos algo y pasó lo contrario, queríamos algo y dimos de bruces con otra, coincidimos en un punto que…”, son frases entresacadas de ese azaroso encuentro de la realidad ante los hechos que parece dictar la historia. Convencidos de que no existe, el azar se impone con sus mágicas improvisaciones y cambios de situación. Convencidos de que existe, aunque sólo como forma de una palabra con un sentido determinado, el azar se oculta como todo lo que luego se arma como un rompecabezas imaginario del entendimiento y de la razón. Por eso la historia tiene huecos que se rellenan con la justificación del azar. Por eso la razón tiene vacíos que se demuestran con la existencia de una espacio abierto que muestra que la vida se hace caminando y que en ese movimiento, que embauca al tiempo, el azar se alza como medio de una explicación que nunca cuenta con ningún límite. Y ¿el arte? Otro tanto con el arte que muestra como logros de una evolución inevitable injustificados objetos que se dieron gracias a un encuentro fortuito. Quizá el tiempo sea ese azar que quiso que el mundo contemplara a la vida como arte y él transforma como inevitable. ¿Quién nos dice que la amistad entre artistas no es más que azar?, ¿quién que la utilización de unas técnicas con unos determinados materiales no sea más que un avance del azar, mientras creemos que todo tiene una lógica que escapa de las garras de la comprensión humana. Si el mundo es una suma de azares sin intención alguna, el arte crea un mundo que se mantiene en vilo porque es inevitable que esas cosas que se explican sin que se puedan explicar o esas otras que se encadenan sin saber a ciencia cierta por qué, terminan adquiriendo su propia razón de ser. Son cosas mágicas en terrenos reales, cuestiones prácticas en el mundo de los sueños, de lo inevitable, de lo que no se explica, pero sucedió, como una conjetura que nos permite pensar que nuestras vidas cuelgan de asombrosos hilos invisibles. Ese dilema que nos lleva a pensar que nuestra existencia depende de una mágica realidad que, al igual que el mundo desconocido del arte, nos descubre en un movimiento perpetuo que refleja la coincidencia de las cosas extrañas ante la realidad inmediata de lo que creemos como fortuito. En un mundo que se nos escapa de las manos, tanto como al artista se le diluye entre insignificante hechos que adquieren vida de una manera asombrosa, el azar, ese asombro perpetuo que nos mantiene vivos, se viste de un cuerpo artístico que supera cualquier hecho real ante el cual nunca nos podemos negar con clarividencia. Si la duda es el motor de la creación, el azar es el espejo en eterno movimiento donde se mira esa duda. Porque así como hay hechos que no se explican con la razón de la historia, existen sucesos que no tienen explicación alguna. Como el arte, como la vida misma.

Kepa Murua